jueves, 28 de diciembre de 2017

El fabricante de felicidad



(Entrevista con Jesús Osvaldo Díaz, publicada el 2 de abril de 2017 en Revista Invox, La Rioja)



La mayoría de las cajas vidaleras que resuenan en cada rincón chayero salen de sus manos. Llegó a este oficio por casualidad pero lo convirtió en el medio de vida que le permitió terminar de criar a sus hijos. También hace bombos legüeros. Sus instrumentos son pedidos por los copleros más reconocidos del país. La historia de un hombre que le encontró la vuelta a la tristeza.
Textos y fotos: Daniel Vega


Recuerda su infancia en Arauco y se le aparecen en los ojos el sonido del viento y el silencio de ese campo indómito que se hacía tremendo cuando caía la oración.  Han pasado más de seis décadas desde la tarde en la que aquel niño de diez años descubrió que le entristecía el canto sufrido de su padre al final del día, hasta este enero de 2017, cuando reconoció desde el televisor una de sus cajas vidaleras sonando en el festival de Cosquín. En ese momento una lágrima de emoción le recorrió la cara curtida por el sol,  le apuntó justo al corazón y allí estaba la mirada de María Angélica, su compañera de aventuras, con quien comparte la pasión por vidalear. “Antes se sufría muy mucho”, repite varias veces Jesús Díaz cuando se le pregunta por el pasado.  Hoy su trabajo es reconocido a nivel nacional y lleva la sonrisa instalada en los ojos.
INVOX: ¿Cómo fue que empezó con este oficio?
Jesús Díaz: Mire, yo trabajaba en el banco Rioja y un día me jubilan anticipadamente por el cierre del banco. Tenía 48 en ese momento y tuve que salir a trabajar de cualquier cosa para llevar el pan a la mesa. Con algunos compañeros hicimos de todo. Desde cavar zanjas hasta hacer pozos en los nuevos barrios que se estaban construyendo en ese momento en Aimogasta. Y yo decía: “Tengo que hacer algo diferente, algo que me permita trabajar aunque me ponga grande, algo que me haga sentir bien”. Y un día le dije a María Angélica que iba a empezar a hacer cajas vidaleras. “No sos capaz, Jesús”, me decía ella. Y tenía razón. ¡Qué manera de tirar cueros y madera en esos primeros tiempos! Pero como yo siempre que me propongo algo lo saco adelante, seguí insistiendo, seguí insistiendo. Seguí, hasta que me empezaron a salir.

IN: ¿Pero por qué se le ocurrió justamente cajas?
JD: Bueno, como le conté hace un rato yo me crié en el campo, donde el silencio es ensordecedor. Y siempre tuve en el pecho esa sensación de vacío que viene del silencio, creo que porque eran tiempos difíciles y asocio el silencio con el sufrimiento. A mi esposa y a mí desde que nos conocimos nos gustó vidalear, los dos tocamos la guitarra y ella es una excelente cantora. Cuando me quedé sin ese trabajo creo que tuve temor de volver a sentir ese silencio y de ahí surgió la necesidad de fabricar sonido.
IN: Un sonido que, no casualmente, está tan ligado a la historia de esta tierra.
JD: Exactamente. Creo que el sonido de la caja vidalera, o chayera, como le decimos en La Rioja está íntimamente ligado con la tierra en que vivimos, que es tan dura a veces. Por eso necesitamos hacer sonar esas cajas para acompañar nuestras coplas y de esa manera convertir los momentos amargos en expresión de felicidad. O mejor dicho, es como una forma de convocar a la felicidad . Ésa es la esencia del sonido de la caja. Por supuesto que con el correr de los tiempos las cosas a veces se desvirtúan, pero lo esencial permanece.


IN: ¿Y alguien le enseñando el oficio?
JD: No. Fui probando y empezaron a salir, tanto las cajas como los bombos. Aunque sentía que algunos detalles no estaban logrados. Una vez encontré a un artesano cordobés, Lito Gauna, en una feria en La Rioja que me tiró algunas medidas de maderas y algunos secretos. Yo grababa todo lo que decía en mi cabeza. Él me invitó a visitarlo alguna vez en taller y finalmente nunca fui, porque me cuesta irme mucho tiempo de aquí, yo soy muy de estar en la casa. Pero todo lo que él me dijo en esa ocasión lo retuve y lo empecé a aplicar. Ahí comencé a sentir que mis cajas y también los bombos legüeros y semi legüeros que hago, son y suenan como yo deseo íntimamente que suenen.
IN: ¿Cómo es el proceso de fabricación de una caja?
JD: Bueno es algo que me puede llevar alrededor de siete días si tengo todos los materiales. Yo trabajo las cajas con madera de algarroba blanca. Tengo unos moldes circulares de acero sobre los que voy trabajando la madera y cuando están unidas llega el momento de emparejar para que quede el círculo perfecto. Los cueros que trabajo son de cabrilla y de cabrito. Van engachados en otro círculo metálico que rodea toda la caja y después con los tientos los empiezo a ajustar y los dejo secar a la sombra durante unos cinco días.



IN: ¿Qué siente cuando una caja se va en manos de un cantor?
JD: Uh, una felicidad enorme. Porque estoy seguro de si alguien elige una caja para acompañarse o para regalar a alguien, esa persona va a sacar afuera las penas y las va a convertir en alegría. No sólo lo digo porque yo las fabrico sino porque también las hago sonar. Con María Angélica supimos formar un grupo con el que salíamos por los barrios a cantar. Hasta grabamos un par de discos. Ahora ya casi no salimos. Un poco porque falta tiempo para ensayar por las ocupaciones de cada uno, y también porque nos ponía un poco nerviosos eso de subir a un escenario. A nosotros nos gusta cantar entre amigos, en el patio de una casa, pero en el escenario nos sentíamos un tanto paralizados por la responsabilidad.

La fama es puro cuento
Una cálida mañana de otoño, Jesús oyó que golpeaban las manos en la puerta de su casa. Cuando fue a atender se encontró con Mariana Carrizo, la coplera salteña, quien se había enterado de la fama de las cajas vidaleras fabricadas en Aimogasta. “Jesús, vengo a conocer las cajas, tomemos unos mates”, le dijo la artista mientras le daba un abrazo. Entre mate y mate Mariana cantó en el patio de Jesús y se despidió llevándose algunos instrumentos. Una de esas cajas fue la que reconoció Jesús mientras miraba con su esposa el festival de Cosquín por la TV Pública.

IN: Descríbanos ese momento.
JD: Vea, era algo que no esperaba. Es decir, yo hago cajas y bombos y se los llevan los cantores, algunos famosos y otros no. Por ejemplo, el Chaqueño Palavecino también ha venido y se ha llevado instrumentos. Pero cuando reconocí mi caja en las manos de Mariana en el escenario mayor del folklore sentí algo muy fuerte. Yo nunca hice esto con la idea de fama o cosas similares. Al principio fue algo para sobrevivir, después se convirtió en una pasión. Pero en ese momento frente al televisor tomé la verdadera dimensión de lo que he venido haciendo en todos estos años. Mis cajas tienen una característica: de un lado el cuero está pelado y del otro lado no, la identifiqué por eso y por supuesto por los motivos decorativos. No podía hablar de la alegría cuando la vi. Debe haber pasado en otras ocasiones pero esta vez fue especial. Quién sabe por que ocurren la cosas ¿no? Mis hijos y varios amigos me llamaron para decirme que también la habían visto y eso también fue muy lindo porque en ese instante fuimos un grupo de personas unidas por la misma alegría.


IN: ¿En qué piensa mientras trabaja?
JD: En general tengo el aparato de música todo el día con folklore, me encanta el folklore. Tal vez porque los poetas y los músicos pintan los paisajes y los oficios del campo más lindo de lo que son en la realidad. También me pasa que me olvido del mundo cuando estoy dándole forma a una caja o a un bombo. La mente se va por lugares desconocidos y son los momentos en los que uno descubre algunos secretos de la vida. Hay una conexión muy directa entre las manos y la mente. Pero sobre todo, cuando estoy trabajando, me siento bien y eso es algo que uno tiene que agradecer.
IN: ¿Podemos decir que ese chiquito que sufría el silencio hoy se ha convertido en un hombre feliz?
JD: Podemos decirlo, sí. Siento que soy un privilegiado porque tuve la suerte descubrir un oficio que me hace bien a mí y a la vez le hace bien a mucha gente. A los cantores y al público. Creo que el sonido de la felicidad está dentro de cada uno y es tarea de uno encontrarlo y hacerlo sonar.

PERFIL
Jesús Osvaldo Díaz nació hace 71 en algún lugar cercano a la capital riojana aunque vivió desde muy pequeño en los campos de Arauco.
Hoy vive en Aimogasta donde semana a semana recibe tantos pedidos de cajas y bombos que no le alcaza el tiempo para hacer una gran cantidad de golpe y cumplir el sueño de salir en el auto con María Angélica a venderlos por toda la provincia.
Sin embargo entre caja y bombo encuentra un tiempito para preparar aceitunas que suele convidar a quienes los visitan.
Reniega un poco porque la compañía telefónica no le repara el número del fijo desde hace meses. María Angélica lo comunica con el mundo desde el teléfono móvil 03827 (15) 401599