(Entrevista con Jesús Osvaldo Díaz, publicada el 2 de abril de 2017 en Revista Invox, La Rioja)
La mayoría de las cajas vidaleras que resuenan en cada
rincón chayero salen de sus manos. Llegó a este oficio por casualidad pero lo
convirtió en el medio de vida que le permitió terminar de criar a sus hijos.
También hace bombos legüeros. Sus instrumentos son pedidos por los copleros más
reconocidos del país. La historia de un hombre que le encontró la vuelta a la
tristeza.
Textos y fotos: Daniel Vega
Recuerda su infancia en Arauco y se le aparecen en los ojos
el sonido del viento y el silencio de ese campo indómito que se hacía tremendo
cuando caía la oración. Han pasado más
de seis décadas desde la tarde en la que aquel niño de diez años descubrió que
le entristecía el canto sufrido de su padre al final del día, hasta este enero
de 2017, cuando reconoció desde el televisor una de sus cajas vidaleras sonando
en el festival de Cosquín. En ese momento una lágrima de emoción le recorrió la
cara curtida por el sol, le apuntó justo
al corazón y allí estaba la mirada de María Angélica, su compañera de
aventuras, con quien comparte la pasión por vidalear. “Antes se sufría muy
mucho”, repite varias veces Jesús Díaz cuando se le pregunta por el
pasado. Hoy su trabajo es reconocido a
nivel nacional y lleva la sonrisa instalada en los ojos.
INVOX: ¿Cómo fue que empezó con este oficio?
Jesús Díaz: Mire, yo trabajaba en el banco Rioja y un día me
jubilan anticipadamente por el cierre del banco. Tenía 48 en ese momento y tuve
que salir a trabajar de cualquier cosa para llevar el pan a la mesa. Con
algunos compañeros hicimos de todo. Desde cavar zanjas hasta hacer pozos en los
nuevos barrios que se estaban construyendo en ese momento en Aimogasta. Y yo
decía: “Tengo que hacer algo diferente, algo que me permita trabajar aunque me
ponga grande, algo que me haga sentir bien”. Y un día le dije a María Angélica
que iba a empezar a hacer cajas vidaleras. “No sos capaz, Jesús”, me decía
ella. Y tenía razón. ¡Qué manera de tirar cueros y madera en esos primeros
tiempos! Pero como yo siempre que me propongo algo lo saco adelante, seguí
insistiendo, seguí insistiendo. Seguí, hasta que me empezaron a salir.
IN: ¿Pero por qué se le ocurrió justamente cajas?
JD: Bueno, como le conté hace un rato yo me crié en el
campo, donde el silencio es ensordecedor. Y siempre tuve en el pecho esa
sensación de vacío que viene del silencio, creo que porque eran tiempos difíciles
y asocio el silencio con el sufrimiento. A mi esposa y a mí desde que nos
conocimos nos gustó vidalear, los dos tocamos la guitarra y ella es una
excelente cantora. Cuando me quedé sin ese trabajo creo que tuve temor de
volver a sentir ese silencio y de ahí surgió la necesidad de fabricar sonido.
IN: Un sonido que, no casualmente, está tan ligado a la
historia de esta tierra.
JD: Exactamente. Creo que el sonido de la caja vidalera, o
chayera, como le decimos en La Rioja está íntimamente ligado con la tierra en
que vivimos, que es tan dura a veces. Por eso necesitamos hacer sonar esas
cajas para acompañar nuestras coplas y de esa manera convertir los momentos
amargos en expresión de felicidad. O mejor dicho, es como una forma de convocar
a la felicidad . Ésa es la esencia del sonido de la caja. Por supuesto que con
el correr de los tiempos las cosas a veces se desvirtúan, pero lo esencial
permanece.
IN: ¿Y alguien le enseñando el oficio?
JD: No. Fui probando y empezaron a salir, tanto las cajas
como los bombos. Aunque sentía que algunos detalles no estaban logrados. Una
vez encontré a un artesano cordobés, Lito Gauna, en una feria en La Rioja que
me tiró algunas medidas de maderas y algunos secretos. Yo grababa todo lo que
decía en mi cabeza. Él me invitó a visitarlo alguna vez en taller y finalmente
nunca fui, porque me cuesta irme mucho tiempo de aquí, yo soy muy de estar en
la casa. Pero todo lo que él me dijo en esa ocasión lo retuve y lo empecé a
aplicar. Ahí comencé a sentir que mis cajas y también los bombos legüeros y
semi legüeros que hago, son y suenan como yo deseo íntimamente que suenen.
IN: ¿Cómo es el proceso de fabricación de una caja?
JD: Bueno es algo que me puede llevar alrededor de siete
días si tengo todos los materiales. Yo trabajo las cajas con madera de
algarroba blanca. Tengo unos moldes circulares de acero sobre los que voy
trabajando la madera y cuando están unidas llega el momento de emparejar para
que quede el círculo perfecto. Los cueros que trabajo son de cabrilla y de
cabrito. Van engachados en otro círculo metálico que rodea toda la caja y
después con los tientos los empiezo a ajustar y los dejo secar a la sombra
durante unos cinco días.
IN: ¿Qué siente cuando una caja se va en manos de un cantor?
JD: Uh, una felicidad enorme. Porque estoy seguro de si
alguien elige una caja para acompañarse o para regalar a alguien, esa persona
va a sacar afuera las penas y las va a convertir en alegría. No sólo lo digo
porque yo las fabrico sino porque también las hago sonar. Con María Angélica
supimos formar un grupo con el que salíamos por los barrios a cantar. Hasta
grabamos un par de discos. Ahora ya casi no salimos. Un poco porque falta
tiempo para ensayar por las ocupaciones de cada uno, y también porque nos ponía
un poco nerviosos eso de subir a un escenario. A nosotros nos gusta cantar
entre amigos, en el patio de una casa, pero en el escenario nos sentíamos un
tanto paralizados por la responsabilidad.
La fama es puro cuento
Una cálida mañana de otoño, Jesús oyó que golpeaban las
manos en la puerta de su casa. Cuando fue a atender se encontró con Mariana
Carrizo, la coplera salteña, quien se había enterado de la fama de las cajas vidaleras
fabricadas en Aimogasta. “Jesús, vengo a conocer las cajas, tomemos unos
mates”, le dijo la artista mientras le daba un abrazo. Entre mate y mate
Mariana cantó en el patio de Jesús y se despidió llevándose algunos
instrumentos. Una de esas cajas fue la que reconoció Jesús mientras miraba con
su esposa el festival de Cosquín por la TV Pública.
IN: Descríbanos ese momento.
JD: Vea, era algo que no esperaba. Es decir, yo hago cajas y
bombos y se los llevan los cantores, algunos famosos y otros no. Por ejemplo,
el Chaqueño Palavecino también ha venido y se ha llevado instrumentos. Pero
cuando reconocí mi caja en las manos de Mariana en el escenario mayor del
folklore sentí algo muy fuerte. Yo nunca hice esto con la idea de fama o cosas
similares. Al principio fue algo para sobrevivir, después se convirtió en una
pasión. Pero en ese momento frente al televisor tomé la verdadera dimensión de
lo que he venido haciendo en todos estos años. Mis cajas tienen una
característica: de un lado el cuero está pelado y del otro lado no, la
identifiqué por eso y por supuesto por los motivos decorativos. No podía hablar
de la alegría cuando la vi. Debe haber pasado en otras ocasiones pero esta vez
fue especial. Quién sabe por que ocurren la cosas ¿no? Mis hijos y varios
amigos me llamaron para decirme que también la habían visto y eso también fue
muy lindo porque en ese instante fuimos un grupo de personas unidas por la
misma alegría.
IN: ¿En qué piensa mientras trabaja?
JD: En general tengo el aparato de música todo el día con
folklore, me encanta el folklore. Tal vez porque los poetas y los músicos
pintan los paisajes y los oficios del campo más lindo de lo que son en la
realidad. También me pasa que me olvido del mundo cuando estoy dándole forma a
una caja o a un bombo. La mente se va por lugares desconocidos y son los
momentos en los que uno descubre algunos secretos de la vida. Hay una conexión
muy directa entre las manos y la mente. Pero sobre todo, cuando estoy trabajando,
me siento bien y eso es algo que uno tiene que agradecer.
IN: ¿Podemos decir que ese chiquito que sufría el silencio
hoy se ha convertido en un hombre feliz?
JD: Podemos decirlo, sí. Siento que soy un privilegiado
porque tuve la suerte descubrir un oficio que me hace bien a mí y a la vez le
hace bien a mucha gente. A los cantores y al público. Creo que el sonido de la
felicidad está dentro de cada uno y es tarea de uno encontrarlo y hacerlo sonar.
PERFIL
Jesús Osvaldo Díaz nació hace 71 en algún lugar cercano a la
capital riojana aunque vivió desde muy pequeño en los campos de Arauco.
Hoy vive en Aimogasta donde semana a semana recibe tantos
pedidos de cajas y bombos que no le alcaza el tiempo para hacer una gran
cantidad de golpe y cumplir el sueño de salir en el auto con María Angélica a
venderlos por toda la provincia.
Sin embargo entre caja y bombo encuentra un tiempito para
preparar aceitunas que suele convidar a quienes los visitan.
Reniega un poco porque la compañía telefónica no le repara
el número del fijo desde hace meses. María Angélica lo comunica con el mundo
desde el teléfono móvil 03827 (15) 401599